miércoles, 23 de marzo de 2011

Nuestra ruina particular.

Hoy, rebuscando entre los documentos del portátil, encontré este pequeño relato que escribí exactamente el: 28/09/2007. Me sorprendió gratamente ver como hace ya dos años me gustaba escribir, quizás no tanto, pero lo con 13 años en la Vírgen, no le pidamos peras al olmo. 
Realmente cuando abrí el documento me esperaba un relato plagado de faltas ortográficas y bastante inmaduro, no me equivoqué x).

Qué gracioso me resulta que una adolescente hable acerca de la rutina de la vida, mas que nada porque la escritura tiene toques pretenciosos y algo de orgullo gustoso por adelantarse a su tiempo. Sobre todo cuando no se ha vivido de lo que se habla, gran error a la hora de escribir (a no ser que te hayas documentado minuciosamente).

La rutina es un tema que quería abordar con más tiempo, pero ya veo que mi pasado se adelantó al hecho.

Aquí lo tenemos, espero que esta tontería os guste:

Las gotas de leche derramada reflejaban la leve luz de la cocina. Nuevamente se ha vuelto a romper otro vaso. Los nervios de estos días están suponiendo el destrozo de toda la vajilla. Algo vital, quizás lo más importante en estos momentos. Preocuparme por los platos y vasos de mi madre. El despertador sonó hace aproximadamente cuarenta minutos. Llego tarde. Como siempre. Todos los días al levantare sentía que mis pies estaban recubiertos de una especie de plomo que no me dejaba avanzar, mis queridos pronosticadores ya sabían a lo que tenían que enfrentar. Aunque parezca completamente absurdo, era yo el que tenía que hacer un esfuerzo por caminar. Últimamente las pinceladas de tristeza inundaban las mañanas. Parecía que la luminosidad que se adentraba en mi salón se asemejara más a la oscuridad de la noche que a la luz de un nuevo día. Todo era igual, la monotonía se había adueñado de mis actos. Cada movimiento estaba planeado: levantarme e ir al baño. Dentro de él la cosa era sencilla, mis acciones estaban perfectamente ordenadas: mear, encender el calentador (si era invierno) lavarme la cara, vestirme, peinarme... Y después marchar a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Allí desayunar, prepararme los libros y por fin marcharme de casa. Todo esto dejaba huella, ya que al cerrar la puerta de un portazo mi sonrisa se volvía difusa y en pocos segundos mis ojos rebosaban de lágrimas que debían desaparecer antes de que la luz de la calle los cegara. Caer en la monotonía había sido el peor error de mi vida. Por más que deseaba cambiarlo, sentía que era absolutamente imposible”

Si me viera Oblómov, se sentiría orgulloso jajajajaja.